El cuento de Mar y An

MariánA  Marián … con tilde en la  A

Ella se llamaba Mar.

Ella lo sabía desde siempre, y desde siempre llevó su nombre como una losa. Exigente, expresiva y original en la intimidad y en la integridad. Intensa, alegre, le gusta el color y las proporciones “Nunca” era la palabra que más odiaba.

Ella se llamaba An.

Ella siempre levitó sobre una nube de optimismo, se dejó llevar por la suerte, confiando en tenerla siempre de su parte y anclándola en su mente aun cuando no la tenía en absoluto. Emotiva, cordial y sagaz, le gusta la armonía y el buen criterio. Una realizadora cabal, tanto al considerar las cosas como en su manera de proceder.

Cuando An miró a los ojos de Mar una mañana de octubre, ella sintió un relámpago que le subió por la planta de los pies, que le erizó el vello de la espalda, de la nuca, que le hizó ver con nitidez pasmosa que ella era su némesis, sus antípodas, su polo opuesto. Lo supo, lo sintió en el aire que la rodeaba, y sonrió al mismísimo azar que las puso a ambas frente al espejo. An es el reto perfecto de Mar, era lo que buscaba desde que la bendijeron con su nombre.

An notó como los ojos de Mar le reclamaban, ella miró su pelo negro, sus ojos profundos, sus labios. An tuvo miedo, ella era un signo de interrogación cerrado, era un signo de exclamación abierto.

Mar la miraba como si la reconociera, como si estuviera a punto de abrir la boca para saludarla con la espontaneidad del día a día, de una rutina antigua. Pero el momento se eternizó y An no llegó a pronunciar el saludo que ella creyó adivinar. El tiempo se quedó suspendido en el aire del cuarto de baño, sus miradas unidas a medio camino.

Pero cuando Mar cubrió lentamente los centímetros que la separaban de ella, cuando ocupó el lugar a su lado y se recreó en sus ojos negros, hechiceros, en su boca llena, sus labios levemente brisados… An le dijo sin hablar; “Sí”.

Se miraron en silencio. An contuvo la respiración, tensa. Mar suspiró suavemente sin darse ni cuenta, por tenerla tan cerca, y su aliento la hizo revivir. Ella no supo por qué, pero sonrió a Mar que la invadía con la mirada, no había forma de no hacerlo. Mar no le preguntó su nombre.

Sólo querían ambas pasar ese día en la orilla de sus impresiones, de sus deseos, ida y vuelta e ida de nuevo. An, no confió más en la suerte ni en el buen criterio, nada importaba más en ese instante que anudarse una soga en el cuello y lanzarse al mar, su tótem-antitesis. Nada necesitaba An, más que quedarse sentada junto a la que alejó con un suspiro las negras tormentas alojadas sobre su cabeza.

Mar le regaló una playa tranquila, y An llegó hasta ella bordo de una rama de palmera. Tenía el pelo lacio y los pezones como peonzas. Fluyó el deseo y con él la sed. An bebió de Mar hasta gatear.

Gatearon hacia las rocas y se poseyeron entre cangrejos, anémonas y salitre. An le regaló un imán de nevera a Mar… y Mar le regala tres orgasmos.

El sol asomó y con él sus carencias. Torpes, parcas en iniciativa, desayunaron caracolas, líquenes, arena, frialdad y un croisant.

Sexo oral y un abrazo sellaron su despedida. Y una medusa desatendida que les tatuó en la espalda el recuerdo de aquel amor con fisuras.

An nunca supo que Mar no alejó las tormentas alojadas sobre su cabeza, sino que las hizo suyas, que las quiso dentro… porque eran ella.

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